martes, 26 de agosto de 2008

Ahora se compra lo que no se conoce. Por Pedro Gándara Báez.


Manejar dos horas en una gran ciudad es cosa común. Estoy acostumbrado a las puñetas mentales, los planes por cumplir, las desilusiones del pasado y la película de cine que voy a ver en la tarde con tal de distraer mi mente. Un amigo me dijo que una clave bastante productiva para el aprovechamiento del tiempo en el auto, era la de bajar podcasts de I tunes y aprender algún idioma, alguna lección de historia o tal vez los chismes más nuevos de la farándula gringa. De todos modos es tiempo perdido, yo digo. El caso es que hoy, mientras me conducía por López Mateos, a la altura de Plaza del Sol, algo me conmovió de manera radical. Un grupo de creyentes, (fanáticos) religiosos, te vendían un lugar en donde conservar tu alma sana y salva si pagabas 50 pesos a la semana, o más bien "ayuda" semanal para la construcción de un templo; sería suficiente. Un lugar en el cielo, San Pedro esperándote, arpas y violines celestiales con angelitas desnudas, sin morbo, te recibirían dando glorias al señor ¿Cuál señor, por cierto? ¿El que se muere en la esquina de frío y hambre? ¿El que te limpia los parabrisas cada que pasas por aquella esquina? ¿El que escupe fuego? ¿El "perro" que mato al niño Martí (y probablemente lo... eh... abusó de él por traumas psicológicos)? En verdad no lo creo. Los cincuenta pesitos van para tu alma y la salvación; dios está sin duda alguna descansando en una habitación bastante grande, habla en inglés, sus sábanas son de oro y su vieja está buenísima. No hay otra explicación posible; la encarnación del Señor ha de ser el pinche Bush y la bola de putas que lo siguen ¿Qué tal Calderón o el Cardenal? No creo. Ellos son hombres de fe. Y por si alguien me lee, y son de ellos (los santos), les advierto que habemos muchos que sabemos de sus grandes logros (crímenes y pecados).
Por lo pronto, ahí va la evidencia fáctica, factual, tácita y tangible.

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